
René Gerónimo Favaloro nació en La Plata en 1923 y se convirtió en uno de los médicos más admirados del siglo XX. Su nombre está inevitablemente ligado a la creación del bypass coronario, una técnica quirúrgica que revolucionó la medicina cardiovascular y salvó millones de vidas en todo el mundo. Pero su legado va mucho más allá de una hazaña científica: fue un hombre profundamente humanista, comprometido con la salud pública, la educación y la ética como pilares inseparables de su práctica médica.
Favaloro se recibió de médico en 1949, pero no buscó la comodidad de un hospital de elite en Buenos Aires. En cambio, decidió instalarse en Jacinto Arauz, un pequeño pueblo en el sur de La Pampa, donde durante más de una década fue el único médico disponible. Allí atendía todo tipo de casos, operaba, asistía partos, recorría los campos y escuchaba historias. Esa experiencia forjó su visión de la medicina como un compromiso con el otro, como un vínculo que no podía separarse de la realidad social del paciente. “En Jacinto Arauz me hice médico”, diría años más tarde. “Ser médico no es recetar ni operar: es estar, escuchar, comprender”.
A los 39 años partió hacia Estados Unidos para especializarse en cirugía cardiovascular en la prestigiosa Cleveland Clinic. Fue allí donde, en 1967, realizó por primera vez una intervención que marcaría un antes y un después en la historia de la cardiología: la utilización de la vena safena del propio paciente para desviar el flujo sanguíneo en casos de obstrucción arterial. Así nació el bypass coronario, técnica que con el tiempo se replicaría a escala global.
Lo notable es que Favaloro nunca quiso beneficiarse económicamente de ese avance. No lo patentó ni lo convirtió en propiedad intelectual. Para él, el conocimiento debía estar al servicio de la humanidad. Esa coherencia entre su pensamiento y su práctica sería una constante en toda su vida.
A comienzos de los años setenta, ya consagrado internacionalmente, decidió regresar a la Argentina. Quería volcar todo lo aprendido en un proyecto propio, que conjugara excelencia científica con compromiso social. En 1975 fundó la Fundación Favaloro para la Docencia e Investigación Médica, en la ciudad de Buenos Aires. El objetivo era claro: atender a pacientes con los últimos avances tecnológicos, formar nuevos profesionales con una mirada ética y desarrollar investigación con impacto. Más adelante, esa institución daría origen a la Universidad Favaloro.
Sin embargo, su camino no fue sencillo. En los años noventa, la falta de financiamiento estatal y las deudas acumuladas por obras sociales pusieron en riesgo la continuidad de la Fundación. Favaloro, lejos de buscar privilegios o favores, salió a pedir ayuda con dignidad. Tocó puertas, escribió cartas, expuso públicamente la grave situación. “Mi tarea es llamar, llamar y golpear puertas para recaudar algún dinero que nos permita seguir”, confesaba. Su dolor era visible, pero nunca dejó de actuar con integridad.
El 29 de julio del año 2000, abrumado por la imposibilidad de sostener su sueño y desencantado por el abandono institucional, Favaloro se quitó la vida. Lo hizo en su casa, dejando cartas en las que expresaba su hartazgo ante la corrupción y la indiferencia del poder. Eligió el corazón –el órgano al que había dedicado su carrera– como lugar simbólico para ese último acto. Su muerte sacudió a la Argentina y generó una reflexión profunda sobre el rol del Estado, la salud pública y el lugar que ocupan los hombres y mujeres que entregan su vida por el bien común.
Pero su figura no se apagó. Muy por el contrario, se transformó en un faro ético. Su nombre quedó asociado no solo a la medicina de vanguardia, sino también a la defensa de la justicia social, la educación pública y la solidaridad.
En nuestra ciudad, ese legado encuentra un homenaje concreto y activo en el Parque Recreativo Dr. René Favaloro, un espacio verde de uso comunitario que ha sido recientemente habilitado por el Ministerio de Educación como Espacio Educativo al Aire Libre.
Ubicado con accesos directos desde rutas pavimentadas y enmarcado por un entorno natural privilegiado, el predio cuenta con instalaciones diseñadas para combinar recreación, deporte y formación. Senderos internos, sectores arbolados, viveros, pista de atletismo, vestuarios con duchas, baños accesibles, fogón y un escenario natural forman parte de este espacio que ya es utilizado por instituciones educativas, clubes y organizaciones locales.
El Parque no es solo un lugar de encuentro y esparcimiento. En él se desarrollan propuestas pedagógicas que retoman muchos de los valores que Favaloro promovió a lo largo de su vida. Talleres de educación vial, huertas agroecológicas, actividades sobre reciclado y compostaje, dinámicas de liderazgo con juegos cooperativos, atletismo y experiencias en contacto con la naturaleza están disponibles para las escuelas de la ciudad y la región.
Durante el año, también se realizan jornadas abiertas para toda la comunidad, con actividades culturales, deportivas y artísticas. Allí entrenan grupos como el San Justo Rugby Club y se proyectan nuevas iniciativas, como pistas para ciclismo y karting. El predio se convierte así en una verdadera aula sin paredes, donde el aprendizaje se da en movimiento, en equipo, y en contacto con el entorno.
Nombrar a ese espacio con el nombre de Favaloro no es un mero gesto simbólico. Es una forma de hacer carne su legado, de educar a las nuevas generaciones en el respeto, la empatía, la conciencia ciudadana y el cuidado del ambiente. Es, en definitiva, una manera de decir que su historia sigue viva, no solo en libros o quirófanos, sino también en el juego de los niños, en la reflexión de los docentes, en el esfuerzo compartido de una comunidad que aprende al aire libre.
René Favaloro fue mucho más que un médico brillante. Fue un hombre que creyó en la posibilidad de un país más justo, más sano, más educado. Hoy, su figura sigue inspirando. Y en San Justo, entre árboles, talleres y chicos corriendo por la pista, ese homenaje cobra sentido todos los días.